En aquellos tiempos, el Señor le habló a Ajaz diciendo: “Pide al Señor, tu Dios, una señal de abajo, en lo profundo o de arriba, en lo alto”. Contestó Ajaz: “No la pediré. No tentaré al Señor”.
Entonces dijo Isaías: “Oye, pues, casa de David: ¿No satisfechos con cansar a los hombres, quieren cansar también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo les dará por eso una señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros”. Palabra de Dios.
+ Del evangelio según san Lucas (1, 26-38)
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María. Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.
El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”.
María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?” El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios”. María contestó: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Y el ángel se retiró de su presencia. Palabra del Señor
María, elegida y formada para convertirse en la madre de Jesús, ha aceptado plenamente esta vocación. Para ella no era ni fácil ni algo por descontado. Cuando el ángel le llevó el saludo de Dios, María se turbó. De hecho, no tenía una gran consideración de sí, contrariamente a los sentimientos que generalmente habitan en nuestros corazones.
Aquí está precisamente la esencia del pecado original: en el orgullo y el sentido de autosuficiencia enraizado en todos. Y de un corazón desligado de Dios es de donde se origina el mal en el mundo. María no se exalta ante el anuncio del ángel, al contrario, se turba.
Así debería ocurrimos a cada uno de nosotros cada vez que escuchamos el Evangelio. Pero el ángel la conforta: «No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús». A decir verdad, este anuncio la conmociona aún más; también porque todavía no se había ido a vivir con José.
Pero el ángel añade y explica: «el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra». No se nos han dado a conocer los pensamientos de María en aquel momento. Si responde «no», permanece en su tranquilidad y sigue con la vida de siempre. Si, por el contrario, responde «sí», toda su vida se transformaría.
A diferencia de nosotros, María no confía en sus fuerzas sino sólo en la Palabra de Dios. Por esto dice: «Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho». Ella, la primera amada por Dios, es también la primera en responder «sí» a la llamada que le trajo el ángel. Hoy María está delante de nosotros, delante de los ojos de nuestro corazón, para que, contemplándola, podamos imitarla y, con ella, cantemos el amor que el Señor ha derramado en nuestros corazones.
[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2019, 22-23.
Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos; ante quien los reyes enmudecen, y cuyo auxilio imploran las naciones: ven a librarnos, no tardes más.
En aquellos días, había en Sorá un hombre de la tribu de Dan, llamado Manoa. Su mujer era estéril y no había tenido hijos. A esa mujer se le apareció un ángel del Señor y le dijo: “Eres estéril y no has tenido hijos; pero de hoy en adelante, no bebas vino, ni bebida fermentada, ni comas nada impuro, porque vas a concebir y a dar a luz un hijo. No dejes que la navaja toque su cabello, porque el niño estará consagrado a Dios desde el seno de su madre y él comenzará a salvar a Israel de manos de los filisteos”.
La mujer fue a contarle a su marido: “Un hombre de Dios ha venido a visitarme. Su aspecto era como el del ángel de Dios, terrible en extremo. Yo no le pregunté de dónde venía y él no me manifestó su nombre, pero me dijo: ‘Vas a concebir y a dar a luz un hijo. De ahora en adelante, no bebas vino ni bebida fermentada, no comas nada impuro, porque el niño estará consagrado a Dios desde el seno de su madre hasta su muerte’ ”. La mujer dio a luz un hijo y lo llamó Sansón. El niño creció y el Señor lo bendijo y el espíritu del Señor empezó a manifestarse en él.Palabra de Dios.
+ Del evangelio según san Lucas (1, 5-25)
Hubo en tiempo de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una descendiente de Aarón, llamada Isabel. Ambos eran justos a los ojos de Dios, pues vivían irreprochablemente, cumpliendo los mandamientos y disposiciones del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril y los dos, de avanzada edad.
Un día en que le correspondía a su grupo desempeñar ante Dios los oficios sacerdotales, le tocó a Zacarías, según la costumbre de los sacerdotes, entrar al santuario del Señor para ofrecer el incienso, mientras todo el pueblo estaba afuera, en oración, a la hora de la incensación. Se le apareció entonces un ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y un gran temor se apoderó de él. Pero el ángel le dijo: “No temas, Zacarías, porque tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu mujer, te dará un hijo, a quien le pondrás el nombre de Juan. Tú te llenarás de alegría y regocijo, y otros muchos se alegrarán también de su nacimiento, pues él será grande a los ojos del Señor; no beberá vino ni licor y estará lleno del Espíritu Santo, ya desde el seno de su madre. Convertirá a muchos israelitas al Señor; irá delante del Señor con el espíritu y el poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia sus hijos, dar a los rebeldes la cordura de los justos y prepararle así al Señor un pueblo dispuesto a recibirlo”.
Pero Zacarías replicó: “¿Cómo podré estar seguro de esto? Porque yo ya soy viejo y mi mujer también es de edad avanzada”. El ángel le contestó: “Yo soy Gabriel, el que asiste delante de Dios. He sido enviado para hablar contigo y darte esta buena noticia. Ahora tú quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que todo esto suceda, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo”. Mientras tanto, el pueblo estaba aguardando a Zacarías y se extrañaba de que tardara tanto en el santuario. Al salir no pudo hablar y en esto conocieron que había tenido una visión en el santuario. Entonces trató de hacerse entender por señas y permaneció mudo.
Al terminar los días de su ministerio, volvió a su casa. Poco después concibió Isabel, su mujer, y durante cinco meses no se dejó ver, pues decía: “Esto es obra del Señor. Por fin se dignó quitar el oprobio que pesaba sobre mí”. Palabra del Señor.
El episodio del anuncio del nacimiento de Sansón se ajusta al género literario clásico de las anunciaciones bíblicas al que se recurre para celebrar el origen de los grandes personajes de la historia. Las características esenciales de este género son las siguientes: la elección divina recae en personas humildes de corazón y “débiles” como en el caso de la esterilidad de la madre de Sansón y la edad avanzada del padre; el niño anunciado, como don de Dios, desempeñará una misión salvadora a favor del pueblo: «Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos»; las condiciones requeridas al elegido por parte de Dios son la plena colaboración con él en la gozosa sencillez y la total fidelidad a su proyecto amoroso: «No bebas vino ni bebidas alcohólicas, ni comas nada impuro» (vv. 4.7). Estos elementos presentes en la mujer de Sorá «que no había tenido hijos» de su marido Manoaj y del hijo Sansón, «nazir consagrado a Dios», bendito del Señor y lleno del Espíritu, serán los mismos elementos que se realizarán plenamente en el acontecimiento salvífico del futuro redentor. Así, el texto de Jueces se convierte en profecía del nacimiento del Bautista y del nacimiento del Mesías.
El Evangelio nos presenta la anunciación del nacimiento de Juan el Bautista. El protagonista de la escena es Zacarías, su padre. Es significativo que el anuncio prodigioso del nacimiento del Bautista está construido en contraste significativo con el anuncio del nacimiento de Jesús. Podemos fijarnos en el contraste de muchos detalles. Nos detendremos sólo en uno: la incredulidad de Zacarías contrasta con la fe de María. Esto nos merece una reflexión.
A diferencia de María, Zacarías se centra en si mismo, quiere tener certeza «¿Cómo estaré seguro de esto?». Su incredulidad tiene un fundamento: su ancianidad y la esterilidad de su mujer. Centrándose en si mismo, Zacarías pone límites al poder de Dios.
La falta de fe no detiene la Palabra del Señor, pero dificulta la extensión de su poder y la capacidad de transformarnos; también embota nuestro gozo y alegría. Zacarías se queda temporalmente mudo, volverá a hablar hasta que pronuncie el nombre indicado por el ángel: «se llamará Juan». A pesar de la duda e incredulidad de Zacarías, la Palabra de Dios es firme, actúa en torno a nosotros y debajo de nosotros si no puede pasar a través de nosotros. La respuesta de Isabel es diferente: «edurante cinco meses no se dejó ver», contemplando en su embarazo la obra misericordiosa de Dios.
[1] M. Mckenna, El adviento y la navidad, día a día, 298-299.; G. Zevini – P.G. Cabra, Lectio divina para cada día del año. Vol. 1, 249-252.
Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley: ven a librarnos con el poder de tu brazo.
Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo.
José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto. Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.
Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su esposa.Palabra del Señor.
Este Domingo IV de Adviento, el último del camino espiritual de preparación para la Navidad, nos permite contemplar el relato del Nacimiento de Jesús según san Mateo que si bien tiene elementos comunes al relato de Lucas, contrasta con éste que tiene como protagonista a María, al presentar a José como protagonista de la escena.
Aprovechemos esta excelente oportunidad para contemplar el lugar que tiene José, el esposo de la Virgen María, en el conjunto del evangelio cuya finalidad es comunicar la Buena Nueva de Jesús, Mesías, Hijo de David y formar la mente y el corazón de sus discípulos.
Recordemos que los relatos de la infancia de Jesús no se escribieron con una intención biográfica sino con una intención religiosa. No es su interés la precisión histórica y geográfica de los acontecimientos, sino dejar en claro la identidad de Jesús como Hijo de Dios y su pertenencia al linaje de David. Los destinatarios inmediatos del evangelio eran de origen judío y para ellos era importante entender que en Jesús se realizaba el cumplimento de la promesa mesiánica contenida en las Escrituras.
El relato que contemplamos este domingo hay que leerlo detenidamente, dejándonos impactar por su fuerza dramática, iluminar por su contenido teológico y maravillar por el ingenio con el que dispone el corazón de sus oyentes. Hay que leer el texto evangélico en continuidad con la genealogía, recordando cómo ésta al referirse a José interrumpe abruptamente el ritmo generativo de la dinastía de David para decir sin más que «Jacob engendró a José, esposo de María de la que nació Jesús, llamado el Mesías»
El relato aclara cómo es que Jesús, que nació de María pero no fue engendrado por José, pertenece al linaje de David.
María y José, están desposados, su compromiso matrimonial se había formalizado delante de testigos, oficialmente José es el esposo de María, pero todavía ella vive con sus padres. En la cultura de esa época, el matrimonio, aceptado por los padres, se concertaba de ordinario después de la pubertad; pero la joven seguía viviendo en su casa durante un tiempo después de los desposorios hasta que el marido podía mantenerla en su propia casa o en casa de sus padres. Mientras tanto los esposos no tenían intimidad conyugal. En esta circunstancia resulta que María está embarazada ¿qué va a hacer José?
José desconoce la paternidad del niño, él no es el padre y solo puede pensar que es de otro, por ello piensa en repudiar a María. Para él, de acuerdo con la Ley de Dios, el matrimonio es santo y cualquier conducta que atente contra esa santidad es reprobable; es el caso de la pérdida de la virginidad, que podía considerarse adulterio.
Sin embargo, José no tenía certeza sobre la culpabilidad o inocencia de María. Una mujer puede quedar embarazada contra su voluntad, si este fuera el caso, la inocencia de María habría que demostrarla mediante un juicio. José renunció a defender su honor a costa de María, exponiéndola a la vergüenza publica. Por ello decidió repudiarla en secreto, es decir, renunciando a una investigación oficial sobre su conducta. No obstante, el repudio de la novia la deshonraba para toda la vida.
Que José no repudie a María era fundamental en el plan de Dios, no por la reputación de María, sino por la identidad de Jesús. Para el cumplimento de la promesa, el niño tiene que ser hijo de José y en él, pertenecer al linaje de David. ¿Cómo puede ser esto si José no lo engendró?
Para el judaísmo, como indica la genealogía, el linaje real del Mesías se transmitía por la línea paterna. Hasta hace poco, para efectos jurídicos, la paternidad era de imposible demostración. La ley judía asumió este hecho y dada la dificultad para que un varón reconozca como suyo a un hijo que no lo es, consideraba suficiente la declaración de paternidad del varón para darle credibilidad y esta tuviera efectos jurídicos. Esta declaración estaba implícita en la imposición del nombre. José «hizo lo que le había mandado el ángel del Señor», puso al niño el nombre de Jesús y al hacerlo se convirtió en su padre legal, incorporándolo así a la dinastía davídica.
Asentada la identidad de Jesús como descendiente de David, el evangelista quiere, dejar también asentado que Jesús es Hijo de Dios y Mesías. Para ello, por un lado alude a la obra del Espíritu Santo y al cumplimiento de la profecía de Isaías y por otro, al significado del nombre que José impondrá al niño.
El ángel dijo a José que no dudara en recibir a María porque «… ella ha concebido por obra del Espíritu Santo», por tanto el origen de Jesús está en Dios; además insiste que así se cumple la profecía de Isaías que decía «la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros» y de esto dará testimonio más tarde san Mateo al presentar –al final del Evangelio- a Jesús ascendiendo al cielo con la promesa: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (28,20).
El nombre. Jesús significa «salvación del Señor» y el ángel dice a José: «lo llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» indicando con ello que la misión de Jesús es religiosa y que trasciende cualquier proyecto político.
Luz para nuestra vida
El evangelista Mateo destaca la figura de José en este relato de infancia de Jesús y a los judíos que escuchan el evangelio les presenta el testimonio de un varón justo, preocupado por la recta observancia de la Ley pero al mismo tiempo con un corazón misericordioso que lo hace optar por impedir la vergüenza pública de María. José elige la interpretación benigna de la ley que permitía renunciar al ofendido a un castigo severo para el culpable.
Es posible cumplir la ley y aceptar a Jesús. El mensaje es claro para los judíos que dudaban en aceptar la buena nueva pensando que ésta les exigía renunciar al cumplimento de la ley. También es clara la crítica a los legalistas de todos los tiempos, que conocen la ley, la observan, pero no entienden qué es lo que Dios quiere con ella, aplicando su letra pero olvidando su espíritu.
Hoy podemos impedir que la Buena Nueva de Jesucristo llegue a todos entrampándonos en procedimientos institucionales y olvidando que el criterio último de la ley de la Iglesia es la «salus animarum». También podemos perdernos en actitudes legalistas, escondiendo en el cumplimento obsesivo de costumbres, prácticas y normas, los propios miedos o resentimientos que impiden dar «una segunda oportunidad» a quienes se han equivocado o no viven de acuerdo a nuestras expectativas. El testimonio de José nos ilumina.
Aprendemos de José que siempre hay que escuchar el punto de vista de Dios. En todo discernimiento serio que se haga para tomar decisiones importantes en la vida, siempre hay que escuchar el punto de vista de Dios y hay que tener el valor de cambiar decisiones, cuando Dios nos manifiesta que su querer es diferente al nuestro. Recordémoslo cuando digamos: «hágase tu voluntad» La obediencia de José nos enseña que la Palabra de Dios es realizable y que podemos obrar en sintonía con el corazón de Dios.
Jesús es enviado por Dios para ir al fondo de la realidad humana y formar desde ella un pueblo que vive y realiza su proyecto histórico según el querer de Dios. Jesús viene a salvarnos del pecado. La comunidad que Jesús forma, simiente de su Iglesia, es una comunidad de pecadores que tienen la conciencia de ser redimidos por la misericordia de Dios. No lo olvidemos. Ahora somos nosotros. Si nos olvidamos que somos pecadores redimidos el nombre de Jesús, que es anuncio continuo de la fidelidad de Dios, perderá su significado.
Finalmente, con José aprendemos que ser “papá” es mucho más que engendrar un hijo. La paternidad humana es tan necesaria, que ni el mismo hijo de Dios fue eximido de ella. Esta lección es una Buena Noticia muy grande para nuestro mundo. Hoy se dice que vivimos en una sociedad sin Padre y que muchos de los problemas humanos que vive nuestra sociedad se deben a la crisis de paternidad en la que ha vivido la humanidad buena parte del último siglo. La paternidad es un regalo de Dios y hoy todos los papás pueden encontrar en José el mejor modelo.
Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín, y ordenándolo todo con firmeza y suavidad: ven y muéstranos el camino de la salvación.
En aquellos días, Jacob llamó a sus hijos y les habló así: “Acérquense y escúchenme, hijos de Jacob; escuchen a su padre, Israel. A ti, Judá, te alabarán tus hermanos; pondrás la mano sobre la cabeza de tus enemigos; se postrarán ante ti los hijos de tu padre.
Cachorro de león eres, Judá: has vuelto de matar la presa, hijo mío, y te has echado a reposar, como un león.
¿Quién se atreverá a provocarte? No se apartará de Judá el cetro, ni de sus descendientes, el bastón de mando, hasta que venga aquel a quien pertenece y a quien los pueblos le deben obediencia”. Palabra de Dios.
+ Del evangelio según san Mateo (1, 1-17)
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, Jacob a Judá y a sus hermanos; Judá engendró de Tamar a Fares y a Zará; Fares a Esrom, Esrom a Aram, Aram a Aminadab, Aminadab a Naasón, Naasón a Salmón, Salmón engendró de Rajab a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, Obed a Jesé, y Jesé al rey David.
David engendró de la mujer de Urías a Salomón, Salomón a Roboam, Roboam a Abiá, Abiá a Asaf, Asaf a Josafat, Josafat a Joram, Joram a Ozías, Ozías a Joatam, Joatam a Acaz, Acaz a Ezequías, Ezequías a Manasés, Manasés a Amón, Amón a Josías, Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos durante el destierro en Babilonia.
Después del destierro en Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel a Zorobabel, Zorobabel a Abiud, Abiud a Eliaquim, Eliaquim a Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquim, Aquim a Eliud, Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.
De modo que el total de generaciones, desde Abraham hasta David, es de catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, es de catorce, y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, es de catorce. Palabra del Señor.
El texto del Génesis nos presenta a Judá, uno de los hijos de Jacob, padre de la tribu que llevará su nombre y de la cual nacerá Jesús. Judá no es el primogénito, ni es recordado o considerado como importante; sin embargo, aparece con poder y autoridad, con el cetro y el bastón como símbolos propios; él continuará el linaje de Jacob y la historia de Israel. Aparece caracterizado con la enérgica imagen de un león, que también se atribuirá al Mesías y por consiguiente a Jesús. El león es un símbolo de poder y fuerza, está separado de los otros animales, gobierna con su presencia e infunde temor por medio de su rugido. Judá es el hijo de Jacob que transmitirá el linaje de esperanza a los que esperan la venida del Mesías, el salvador y liberador de Israel..
La genealogía de Jesús comienza de una forma sencilla. Lo central es que Jesús nace de Israel, insertándose en la historia de sus orígenes, esperanzas, promesas y fracasos; su humanidad está tejida en la tela del pueblo escogido como pueblo de Dios entre las naciones. Jesús desciende de patriarcas, de reyes y de un extraño surtido de gente intermedia, desde los más pequeños a los más grandes de Israel. Muchos de los nombres no nos resultan familiares, han sido escogidos para hacerse eco de la historia de Israel. No podemos pasar por alto que la genealogía incluye a los peores y a los mejores miembros del pueblo de Israel; podríamos decir que la familia de Jesús es una colección de pecadores, hombres y mujeres que tuvieron momentos de gloria en una existencia ordinaria y otros que en ocasiones no tuvieron el mejor comportamiento, como David, que a pesar de ser amado de Dios también fue un pecador. También llama la atención la mención de cuatro mujeres, extranjeras, extrañas al pueblo de la alianza pero que se incorporaron a él por su matrimonio o por su singular conducta.
Hoy podemos recordar la frase de San Irineo de Lyon, uno de los grandes padres de la Iglesia que reza: lo que no se asume no se redime. Al recordar la genealogía de Jesús el evangelio contemplamos al Señor asumiendo la historia de la humanidad, incorporándose a un pueblo, formando parte de una larga sucesión de grandes hombres y de grandes pecadores; asumiendo nuestra condición humana para hacernos cercano el amor siempre fiel de Dios es como el Señor nos redime. Insertarnos en el plan de redención pide de nosotros vivir como redimidos y siguiendo la pedagogía de Jesús, asumir, apropiarnos las situaciones que anhelamos sean redimidas.
[1] M. Mckenna, El adviento y la navidad, día a día, 285-286.
TRAE AL CORAZÓN el recuerdo de las personas que con sus palabras o con su ejemplo te han dejado sentir la presencia del Señor. Agradece a Dios la cercanía de estas personas en tu vida y encomiéndalas a su misericordia.
HAZ ORACIÓN. revisa tu vida y pide la gracia de hacer consciente todo lo que Cristo ha hecho en tu existencia.
Esto dice el Señor: “Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar. Dichoso el hombre que hace esto y en ello persevera, el que se abstiene de profanar el sábado, el que aparta su mano de todo mal. No diga el extranjero que ha dado su adhesión al Señor: ‘Sin duda que el Señor me excluirá de su pueblo’.
A los extranjeros que se han adherido al Señor para servirlo, amarlo y darle culto, a los que guardan el sábado sin profanarlo y se mantienen fieles a mi alianza, los conduciré a mi monte santo y los llenaré de alegría en mi casa de oración. Sus holocaustos y sacrificios serán gratos a mi altar, porque mi templo será la casa de oración para todos los pueblos”.Esto dice el Señor Dios, que reúne a los dispersos de Israel: “A los ya reunidos, todavía añadiré otros”. Palabra de Dios.
+ Del evangelio según san Juan (5, 33-36)
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Ustedes enviaron mensajeros a Juan el Bautista y él dio testimonio de la verdad. No es que yo quiera apoyarme en el testimonio de un hombre. Si digo esto, es para que ustedes se salven. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y ustedes quisieron alegrarse un instante con su luz.
Pero yo tengo un testimonio mejor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar y que son las que yo hago, dan testimonio de mí y me acreditan como enviado del Padre”. Palabra del Señor.
Esamos inmersos en una contoversia de Jesús contra los jefes judíos que lo acusan de haber violado el sábado, curando al paralítico (cf. Jn 5, 16-18). El fondo del debate entre Jesús y los jefes es el de la fe contra la incredulidad.
Después de haber probado que su actuar es participación de la acción del Padre, Jesús se enfrenta con el argumento de testimonios contra él y de la importancia de su revelación sobre el Padre. Su revelación es verdadera porque el Padre testimonia a su favor por medio de sus obras. Aunque sus interlocutores no pueden acceder a este nivel de testimonio, sí pueden referirse al testimonio de Juan el Bautista.
El cuarto evangelio habla muchas veces del Bautista en su calidad de testigo, y aquí también se reconoce, pero a la vez se relativiza. De hecho aun afirmando que el Bautista fue «lámpara» ardiente y brillante, se recuerda que es sólo un hombre cuyo testimonio recibe fuerza de otro, del Padre. Y es el Padre quien testimonia a favor de Jesús, con las Escrituras y con «las obras» mismas de Jesús, mostrando como sintonizar su hacer en favor de la vida y de la libertad de la humanidad.
El Adviento tiene una meta: renovarnos en el don de la esperanza. Pero la esperanza sólo crece en el suelo abonado por otro don, el de la fe. Precisamente porque nos fiamos de las promesas del Señor llegamos a esperar con confianza, vigor y gozo que llegue el día de su perfecto cumplimiento. ¿Cómo crece uno en la fe? A través de testimonios. La fe crece dándola, y por supuesto: recibiéndola.
El evangelio de hoy nos habla de las dos formas básicas de testimonio: uno es el exterior, como la vida de Juan el Bautista, o como sus palabras. Recibimos esta clase de testimonio cada vez que conocemos a alguien que nos deja sentir la presencia del Señor o que de tal manera vive con él y habla de él, que nos convence, nos mueve.
El otro tipo de testimonio es interior, y corresponde a lo que Cristo va haciendo en nosotros. Uno no puede contar quién es Cristo si no se ha encontrado con él, si no ha sentido admiración por su persona, si no se ha fascinado con sus palabras, y sobre todo: si no se ha sentido avasallado por el poder de su amor.
[1] G. Zevini – P.G. Cabra, Lectio divina para cada día del año. 1., 209; Fray Nelson Medina, Homilías Adviento. Semana 3. Viernes. Casa para tu fe católica.