adviento 2022

Ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido

Adviento

Martes III semana 

Del libro del profeta Sofonías (3, 1-2.9-13)

“¡Ay de la ciudad rebelde y contaminada, de la ciudad potente y opresora! No ha escuchado la voz, ni ha aceptado la corrección. No ha confiado en el Señor, ni se ha vuelto hacia su Dios. Pero hacia el fin daré otra vez a los pueblos labios puros, para que todos invoquen el nombre del Señor y lo sirvan todos bajo el mismo yugo.

Desde más allá de los ríos de Etiopía, hasta las últimas regiones del norte, los que me sirven me traerán ofrendas. Aquel día no sentirás ya vergüenza de haberme sido infiel, porque entonces yo quitaré de en medio de ti a los orgullosos y engreídos, y tú no volverás a ensoberbecerte en mí monte santo.

Aquel día, dice el Señor, yo dejaré en medio de ti, pueblo mío, un puñado de gente pobre y humilde. Este resto de Israel confiará en el nombre del Señor. No cometerá maldades ni dirá mentiras; no se hallará en su boca una lengua embustera. Permanecerán tranquilos y descansarán sin que nadie los moleste”. Palabra de Dios.

Del evangelio según san Mateo (21, 28-32)

En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué opinan de esto? Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en la viña’.El le contestó: ‘Ya voy, señor’, pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Este le respondió: ‘No quiero ir’, pero se arrepintió y fue.

¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?” Ellos le respondieron: “El segundo”. Entonces Jesús les dijo: “Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios.

Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas sí le creyeron; ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él”. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martín Alejandro Arceo Álvarez

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Mensaje[1]

La profecía de Sofonías nos coloca ante el esplendor de la venida del Señor, la que ocurre discretamente en todos los momentos de la historia y que se consumará al final de los tiempos. Las profecías que hemos leído desde que inició el adviento al mismo tiempo que ponen delante de nosotros las acciones salvíficas de Dios nos muestran lo que nos corresponde hacer.

Leamos cuidadosamente la profecía de hoy y encontramos a la luz de la Palabra, los motivos para la fiesta a la que nos preparamos. El texto de Sofonías tiene tres partes: el pecado, la salvación y el nuevo pueblo.

El Pecado: dar la espalda a Dios.

El pasaje inicia con una lamentación. El dolor interior es profundo. Las lágrimas de Dios están a punto de asomarse en los ojos del profeta que contempla la ruina de la ciudad. Jerusalén, el pueblo que la habitaba, estaba llamado a ser modelo de las relaciones de justicia, sin embargo se ha descompuesto por la corrupción de sus líderes. El profeta -viendo la historia con los ojos de Dios- describe la dolorosa situación de la ciudad con tres adjetivos:

  • Rebelde: como una persona inmadura que se mueve al vaivén de sus impulsos, teniendo como criterio de acción el capricho y no el proyecto de Dios; se deja ver en el fondo una tremenda arrogancia humana.
  • Manchada. El distanciamiento de Dios coloca al pueblo en situación de impureza, apta para cualquier tipo de pecado.
  • Opresora: El pecado se manifiesta en diversas formas de egoísmo y niega el caminar de la comunidad; predominan los intereses de los poderosos y la fraternidad se diluye en la dominación de unos sobre otros.

Detrás de la realidad que describen estos calificativos hay una realidad más profunda. El rechazo de Dios. El profeta lo dice con dos expresiones en negativo: la primera indica la negación a la Palabra de Dios para la que no hay apertura ni docilidad: «No ha escuchado la voz, ni ha aceptado la corrección»; la segunda, indica el no a la Persona de Dios, se establece con él una distancia para no involucrarlo en la propia vida: «No ha confiado en el Señor, ni se ha vuelto hacia su Dios».

Este es el panorama inicial sobre el que el profeta Sofonías, después de asegurar el juicio de Dios, proclama la obra salvífica de Dios.

La respuesta de Dios: restaurar a su pueblo.

A pesar de su pecado, Dios no abandona a los que ha llamado y ama. El profeta acentúa tres iniciativas de Dios que le dan giro a la situación descrita: Dios purifica, extirpa las causas de la rebeldía y deja en medio de la ciudad a un pueblo “humilde y pobre” a partir del cual se realiza el proyecto de comunidad.

La primera acción positiva de Dios es el núcleo de la segunda parte de la profecía: «daré otra vez a los pueblos labios puros». Se trata de una obra realmente restauradora porque de la purificación resulta un pueblo justo. Leyendo con atención nos damos cuenta como se reconstruye el pueblo de Dios: 

  • Primero: «para que todos invoquen el nombre del Señor»: el pueblo que antes era orgulloso ahora confiesa la fe, los labios purificados reconocen a la persona de Dios, lo confiesan como su Dios y le suplican con confianza. 
  • Segundo: «lo sirvan todos bajo el mismo yugo»: como consecuencia de la aceptación del señorío de Dios, aceptan su proyecto. Ya no se imponen los intereses de unos sobre otros, hay comunión de los intereses de Dios.
  • Tercero. «Desde más allá de los ríos de Etiopía, hasta las últimas regiones del norte, los que me sirven me traerán ofrendas». L dispersión se vuelve congregación en Jerusalén; en este movimiento los dispersos no regresan solos sino que atraen con ellos a los pueblos paganos. La conversión del pueblo atrae a todos los que le rodean. La “ofrenda” es señal externa de la comunión de todos con Dios.

Un nuevo pueblo de pobres y humildes que aprende el proyecto de Dios

Las iniciativas de Dios continúan. Pero en la tercera parte de la profecía el énfasis se pone en la nueva situación del pueblo restaurado por Dios. El profeta habla de: «aquel día».

La frase principal es: «no sentirás ya vergüenza de haberme sido infiel». La vergüenza de que se habla aquí es como la que siente un padre o madre cuando un hijo comete una falta grave y pública, convirtiéndose en motivo de señalamiento y habladurías de la gente.

Según esta palabra profética «aquel día», no habrá lugar para la vergüenza ni para la confusión en el pueblo de Dios. No debe haber motivo de queja ni lamentación de nadie contra nadie, ni señalamiento de experiencias pasadas de pecado.

El profeta profundiza señalando dos razones que el oyente de la Palabra no puede pasar por alto: la primera, «porque entonces yo quitaré de en medio de ti a los orgullosos y engreídos»; la segunda, «yo dejaré en medio de ti, pueblo mío, un puñado de gente pobre y humilde».

Puede observarse la contraposición de las dos expresiones. En la primera, el verbo en realidad es «extirparé», porque no se trata tanto del quitar de en medio a alguien sino de ir a las causas de los comportamientos dañinos para la sociedad. No hay más motivo de vergüenza porque ha habido perdón real. Detrás de esta afirmación profética está la noción bíblica del perdón, que no consiste en la disculpa por una falla cometida sino en una transformación de fondo en aquello que la origina, en una purificación del mal. Por lo tanto, no hay lamentación sencillamente porque no hay pecado.

En la segunda expresión el verbo «dejaré» describe la acción creadora de Dios que saca luz en medio de la oscuridad, quien reconstruye la comunidad y le restaura su vitalidad a partir de un «grupo semilla» que es modelo y al mismo tiempo fuerzo de transformación. Este grupo es llamado por el profeta «resto de Israel». Se trata del pueblo humilde que se mantiene firme en su fe, que encuentra en Yahvé su refugio. Su fe tiene más fuerza que el poder de los líderes que, apoyados en la roca firme del “monte santo” de Dios, encontraban fuerza para cometer sus delitos. Este resto de Israel en cambio «confiará en el nombre del Señor» lo cuál indica una apertura a sus exigencias éticas.

A partir del ejemplo de este «puñado de gente pobre y humilde» todo el pueblo está llamado a cambiar su conducta. Al comienzo de esta profecía, el pueblo, por su orgullo no aceptaba la corrección. Ahora en tres “no” finales se describe la comunión con el querer de Dios que es la vida y la comunidad fraterna: «No cometerá maldades ni dirá mentiras; no se hallará en su boca una lengua embustera».

La insistencia en la eliminación de la mentira hace referencia a los «labios purificados» lo cual tiene una traducción en la vida social. Primero, desde el punto de vista negativo, no hay proyectos ocultos que favorecen los intereses de pocos; segundo, desde el punto de vista positivo, la transparencia de la comunicación edifica la comunidad. En pocas palabras, la comunidad se forma en el aprendizaje de un lenguaje común.

Al ser purificado de su soberbia, el pueblo aprenderá un lenguaje común, tendrá un proyecto de vida compartido, vivirá caminos de crecimiento comunitario sin encontrar obstáculos en su realización histórica: «permanecerán tranquilos y descansarán sin que nadie los moleste».

El evangelio nos habla de la realización de la profecía

El evangelio de este día hace eco de la profecía de Sofonías. Jesús dice que «Juan predicó el camino de la justicia».

El evangelista Mateo, en sintonía con el pensamiento del Antiguo Testamento, entiende por “justicia” la comunión de voluntad con Dios, de donde se desprende todo comportamiento “justo” en las relaciones sociales y en el uso de los bienes de la tierra.

Juan se encontró con la pared infranqueable del orgullo de las autoridades religiosos, quienes se sostuvieran en su soberbia, apoyados en la religión y no se abrieron a la conversión. El rechazo del profeta, porque «ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él» fue la manera de esquiva el llamado al cambio de comportamiento que les era exigido.

Por el contrario, un pueblo nuevo que recorre caminos de justicia, abierto a la venida del Mesías predicada por el Bautista, surge como creación de Dios. Se trata de un pueblo cuya semilla son «los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios»; son personas que dejaron su orgullo a un lado para entrar humildemente en un camino de conversión según el querer de Dios.


[1] Oñoro F., Una gran transformación en el mundo a partir de los humildes. Sofonías 3,1-2.9-13. CEBIPAL/CELAM.

adviento 2022

¿Quien soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?

12 de diciembre

N. S. de Guadalupe 

Del evangelio según san Lucas (1, 39-48)

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludo a Isabel. En cuanto esta oyó el saludo de María, la criatura salto en su seno. 

Entonces Isabel quedo llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamo: “¡Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quien soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llego tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”. 

Entonces dijo María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”.  

Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martín Alejandro Arceo Álvarez

Voz: Marco Antonio Fernández Reyes

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Mensaje[1]

«Que te alaben, Señor, todos los pueblos. 
Ten piedad de nosotros y bendícenos; 
Vuelve, Señor, tus ojos a nosotros.
Que conozca la tierra tu bondad y los pueblos tu obra salvadora.
Las naciones con júbilo te canten, 
Porque juzgas al mundo con justicia (…)» (Sal 66).

La plegaria del salmista, de súplica de perdón y bendición de pueblos y naciones y, a la vez, de jubilosa alabanza, ayuda a expresar el sentido espiritual de esta celebración. Son los pueblos y naciones de nuestra Patria Grande, Patria Grande latinoamericana los que hoy conmemoran con gratitud y alegría la festividad de su “patrona”, Nuestra Señora de Guadalupe, cuya devoción se extiende desde Alaska a la Patagonia. Y con Gabriel Arcángel y santa Isabel hasta nosotros, se eleva nuestra oración filial: «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor está contigo…» (Lc 1,28).

En esta festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, hacemos en primer lugar memoria agradecida de su visitación y cercanía materna; cantamos con Ella su “magnificat”; y le confiamos la vida de nuestros pueblos y la misión continental de la Iglesia. 

Cuando se apareció a San Juan Diego en el Tepeyac, se presentó como “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios” (Nican Mopohua); y dio lugar a una nueva visitación. Corrió premurosa a abrazar también a los nuevos pueblos americanos, en dramática gestación. Fue como una «gran señal aparecida en el cielo … mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies» (Ap 12,1), que asume en sí la simbología cultural y religiosa de los pueblos originarios, anuncia y dona a su Hijo a todos esos otros nuevos pueblos de mestizaje desgarrado. Tantos saltaron de gozo y esperanza ante su visita y ante el don de su Hijo y la más perfecta discípula del Señor se convirtió en la «gran misionera que trajo el Evangelio a nuestra América» (Aparecida, 269). El Hijo de María Santísima, Inmaculada encinta, se revela así desde los orígenes de la historia de los nuevos pueblos como “el verdaderísimo Dios por quien se vive”, buena nueva de la dignidad filial de todos sus habitantes. Ya nadie más es solamente siervo sino todos somos hijos de un mismo Padre hermanos entre nosotros, y siervos en el siervo.

La Santa Madre de Dios visitó a estos pueblos y quiso quedarse con ellos. Dejó estampada misteriosamente su imagen en la “tilma” de su mensajero para que la tuviéramos bien presente, convirtiéndose en símbolo de la alianza de María con estas gentes, a quienes confiere alma y ternura. Por su intercesión, la fe cristiana fue convirtiéndose en el más rico tesoro del alma de los pueblos americanos, cuya perla preciosa es Jesucristo: un patrimonio que se transmite y manifiesta hasta hoy en el bautismo de multitudes de personas, en la fe, esperanza y caridad de muchos, en la preciosidad de la piedad popular y también en ese ethosamericano que se muestra en la conciencia de dignidad de la persona humana, en la pasión por la justicia, en la solidaridad con los más pobres y sufrientes, en la esperanza a veces contra toda esperanza. 

De ahí que nosotros, hoy aquí, podemos continuar alabando a Dios por las maravillas que ha obrado en la vida de los pueblos latinoamericanos. Dios, según su estilo, “ha ocultado estas cosas a sabios y entendidos, dándolas a conocer a los pequeños, a los humildes, a los sencillos de corazón” (cf. Mt 11,21). En las maravillas que ha realizado el Señor en María, Ella reconoce el estilo y modo de actuar de su Hijo en la historia de salvación. Trastocando los juicios mundanos, destruyendo los ídolos del poder, de la riqueza, del éxito a todo precio, denunciando la autosuficiencia, la soberbia y los mesianismos secularizados que alejan de Dios, el cántico mariano confiesa que Dios se complace en subvertir las ideologías y jerarquías mundanas. Enaltece a los humildes, viene en auxilio de los pobres y pequeños, colma de bienes, bendiciones y esperanzas a los que confían en su misericordia de generación en generación, mientras derriba de sus tronos a los ricos, potentes y dominadores. El “Magnificat” así nos introduce en las “bienaventuranzas”, síntesis y ley primordial del mensaje evangélico. A su luz, hoy, nos sentimos movidos a pedir una gracia. La gracia tan cristiana de que el futuro de América Latina sea forjado por los pobres y los que sufren, por los humildes, por los que tienen hambre y sed de justicia, por los compasivos, por los de corazón limpio, por los que trabajan por la paz, por los perseguidos a causa del nombre de Cristo, “porque de ellos es el Reino de los cielos” (cf. Mt 5,1-11). Sea la gracia de ser forjados por ellos a los cuales, hoy día, el sistema idolátrico de la cultura del descarte los relega a la categoría de esclavos, de objetos de aprovechamiento o simplemente desperdicio.

Y hacemos esta petición porque América Latina es el “continente de la esperanza”, porque de ella se esperan nuevos modelos de desarrollo que conjuguen tradición cristiana y progreso civil, justicia y equidad con reconciliación, desarrollo científico y tecnológico con sabiduría humana, sufrimiento fecundo con alegría esperanzadora. Sólo es posible custodiar esa esperanza con grandes dosis de verdad y amor, fundamentos de toda la realidad, motores revolucionarios de auténtica vida nueva.

Ponemos estas realidades y estos deseos en la mesa del altar, como ofrenda agradable a Dios. Suplicando su perdón y confiando en su misericordia, celebramos el sacrificio y victoria pascual de Nuestro Señor Jesucristo. Él es el único Señor, el “libertador” de todas nuestras esclavitudes y miserias derivadas del pecado. Él es la piedra angular de la historia y fue el gran descartado. Él nos llama a vivir la verdadera vida, una vida humana, una convivencia de hijos y hermanos, abiertas ya las puertas de la «nueva tierra y los nuevos cielos» (Ap 21,1). Suplicamos a la Santísima Virgen María, en su advocación guadalupana –a la Madre de Dios, a la Reina y Señora mía, a mi jovencita, a mi pequeña, como la llamó san Juan Diego, y con todos los apelativos cariñosos con que se dirigen a Ella en la piedad popular–, le suplicamos que continúe acompañando, auxiliando y protegiendo a nuestros pueblos. Y que conduzca de la mano a todos los hijos que peregrinan en estas tierras al encuentro de su Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor, presente en la Iglesia, en su sacramentalidad, especialmente en la Eucaristía, presente en el tesoro de su Palabra y enseñanzas, presente en el santo pueblo fiel de Dios, presente en los que sufren y en los humildes de corazón. Y si este programa tan audaz nos asusta o la pusilanimidad mundana nos amenaza que Ella nos vuelva a hablar al corazón y nos haga sentir su voz de madre, de madrecita, de madraza, ¿por qué tenés miedo, acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?

[1] Homilía del Papa Francisco. 12 de diciembre de 2014.

adviento 2022

Elías ha de venir y lo pondrá todo en orden

Adviento

Sábado de la II semana 

Textos

Del libro del Eclesiástico (Sirácide) (48, 1-4.9-11)

En aquel tiempo surgió Elías, un profeta de fuego; su palabra quemaba como una llama. El hizo caer sobre los israelitas el hambre y con celo los diezmó.

En el nombre del Señor cerró las compuertas del cielo e hizo que descendiera tres veces fuego de lo alto. ¡Qué glorioso eres, Elías, por tus prodigios! ¿Quién puede jactarse de ser igual a ti? En un torbellino de llamas fuiste arrebatado al cielo, sobre un carro tirado por caballos de fuego.

Escrito está de ti que volverás, cargado de amenazas, en el tiempo señalado, para aplacar la cólera antes de que estalle, para hacer que el corazón de los padres se vuelva hacía los hijos y congregar a las tribus de Israel. Dichosos los que te vieron y murieron gozando de tu amistad; pero más dichosos los que estén vivos cuando vuelvas. Palabra del Señor.

+ Del evangelio según san Mateo (17, 10-13)

En aquel tiempo, los discípulos le preguntaron a Jesús: “¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?” El les respondió: “Ciertamente Elías ha de venir y lo pondrá todo en orden. Es más, yo les aseguro a ustedes que Elías ha venido ya, pero no lo reconocieron e hicieron con él cuanto les vino en gana. Del mismo modo, el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos”. Entonces entendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martín Alejandro Arceo Álvarez

Voz: Marco Antonio Fernández Reyes

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Mensaje[1]

El elogio de los padres es la sección más original del libro del eclesiástico. El autor relee el pasado con una función didáctica para el presente y describe con maestría a los grandes personajes, buenos y malos, de la historia bíblica. Entre estos héroes, recoge la figura del profeta Elías, a quien parangona con el fuego por su celo, por su pasión ardiente por la causa del Señor, el Dios de Israel;  a quien dedicó totalmente su vida y en cuya presencia vivía continuamente.

Además de su ardiente predicación para llevar al pueblo al único Dios, los rasgos que describen a Elías subrayan que tenía el poder de hacer milagros, pero el culmen del elogio de Elías está en la consideración de su destino singular -el rapto en el carro de fuego-, visto como una victoria sobre la muerte por obra de amor de Dios. Su figura se convertirá en un acicate para esperar una vida más allá de la muerte, una bienaventuranza plena que espera a los que, como Elías, «mueren fieles al amor».  Al motivo de su arrebato al cielo en la tradición judía se asocia el de la espera de su regreso, preparando a los hijos de Israel para la llegada de los tiempos mesiánicos. El Nuevo Testamento heredará esta tradición judía del regreso de Elías viendo su cumplimiento en la persona de Juan Bautista.

Después de la transfiguración, Jesús, bajando del monte, mantiene con sus discípulos una conversación que trata de uno de los personajes de la visión y declara aceptar que  Elías vendría antes del juicio; sin embargo, Jesús niega cualquier visión fantástica del Elías e invita a los discípulos a discernir el plan de Dios que está manifestándose ante sus propios ojos y afirma que Elías ya ha venido, pero no lo han conocido, y que la suerte de Elías anuncia la del Hijo del hombre.

Para llevar a los discípulos a la comprensión de la urgencia de la conversión, de la sanación de las relaciones intrapersonales y de la relación con Dios, Jesús identifica expresamente a Elías con el Bautista. Los discípulos comprenden tal identificación. resulta así claro que tal identificación no se desprende automáticamente de las Escrituras, sino que se revela a quien, desde la docilidad de la fe, está dispuesto a acoger la predicación de Juan con su invitación a convertirse y prepararse al encuentro del que viene. Por un momento, los discípulos parecen, pues, comprender; aunque muy pronto caerán de nuevo en la incomprensión, en su obstinada incredulidad.


[1] Cfr. G. Zevini – P.G. Cabra, Lectio divina para cada día del año. Vol. 1, 142-144.

adviento 2021 - itinerario espiritual

¡Reconocerlo! Sábado II de Adviento

Disponte:

Escucha el siguiente canto, síguelo en tu corazón:

Vamos a preparar el camino del Señor – Carmelo Erdozain

Textos Bíblicos

Pulsa para leerlos AQUI

1a. Lectura: Eclesiástico (Sirácide) 48, 1-4. 9-11

Salmo: 79

Evangelio: Mateo 17, 10-13

Reflexiona (mira el video)

Jaculatoria: (repite durante el día):

¡Ven, Señor, a salvarnos!

Propósito:

Reza el Rosario de la Virgen María

Docenario Guadalupano. Haz la oración a Santa María de Guadalupe. Ver.

Reflexiona sobre tu fe: ¿se basa en la esperanza de signos maravillosos o en la manifiestación de Dios que asume nuestra humanidad?

Concluye:

Escucha el siguiente canto, síguelo en tu corazón

Abre tu tienda al Señor – Carmelo Erdozain

Vayamos con alegría, al encuentro del Señor